Anochece,
que no es poco, y se precipitan las notas que no se tocan, los acordes que
llegan con el viento que hacen mover cada hoja del árbol que se esconde tras mi
ventana (porque es más fácil aceptar que él se esconde a que yo lo hago), se
esclavizan las horas, siempre lo hacen (porque es más fácil…); se escabullen y
se estremecen los insectos más bellos, y los que nadie quiere ver salen y corren
y se meten dentro de las cabezas de los más sentimentales. Se sacuden, se extralimitan,
se alteran y se acurrucan para luego morir en la mañana, las sábanas y las
almohadas, y miro como sucede todo aquello apacible, inmutable, con una novida
que muchos retratarían o convertirían en metáfora.
Anochece y
siempre aquello conlleva un poco de memoria y de juicios.
Anochece,
por dios que anochece y no podemos evitarlo. No podemos, algunos no pueden, yo
no puedo soportarlo.
Entre
obscuridad e innegables suspiros, se divisan en mi mente departamentos perdidos
por la ciudad con más historias que personas y pienso en si alguno de aquellos
seres pensará, para cuántos de ellos anochece, para cuántos es su última noche
y cuántos ya se cansaron de ver la misma luna. No comprendo porqué, no sé
porqué ocurre.
Libros
completos. Cuadernos a medio escribir. Dibujos. Poesías. Caminatas y canciones.
Nada funciona cuando anochece, y esto, no es decir poco sobre la noche.
Si hay algo
que tenemos en claro los noctámbulos es que no importa cuántas estrellas
podamos contar, no importa cuánto ilumine la luna nuestro próximo paso, no
importa que la misma estrella y la misma luna estén mañana y/o para toda nuestra
vida. Si hay algo que sabemos, es que no importa cuánto falte para que salga el
sol y se haga el día, no importa si lo hagamos algún día nosotros en soledad o
lo acompañemos con alguien; si hay algo que sabemos, es que anochece, y que
aquello no es poco.
Anochece,
que es mucho cuando no se puede dormir, cuando no se puede aplacar, cuando no
se disfruta, y quizá, sólo quizá, sólo podamos hacer arte con toda nuestra noche.